Hoy podemos recorrer con facilidad largas distancias, usar y desechar decenas de productos diariamente, construir con rapidez grandes edificios e infraestructuras, o consumir regularmente alimentos exóticos.
Sin embargo, el aumento en la apropiación y uso de recursos materiales conlleva, a su vez, graves impactos en el medioambiente que ponen en cuestión la viabilidad de este modelo de desarrollo.
Las herramientas conceptuales y los indicadores al uso, especialmente los utilizados en el análisis económico, tales como el PIB o la Renta Nacional, han mostrado su incapacidad para informar adecuadamente sobre el bienestar de las sociedades humanas y, sobre todo, para advertir si estas se orientan o no en el sentido de la sostenibilidad. Esto es, si la especie humana no ha ido, en cuanto a sus exigencias, más allá de la capacidad de su entorno para sostenerla, no ha sobrepasado los límites.
La construcción de la sociedad actual indudablemente ha traído consigo importantes mejoras para la población; Sectores importantes de ella han podido acceder tanto a bienes materiales como inmateriales impensables en las sociedades anteriores. Pero, al mismo tiempo, la manera en que hemos diseñado el mundo que conocemos supone un peaje.
El desafío de la sostenibilidad ha impulsado la búsqueda de indicadores económicos alternativos, como, por ejemplo, el ĺndice de Bienestar Económico Sostenible (ISEW) que, a partir del gasto en consumo, añade o sustrae otras variables consideradas relevantes para conseguir mayor bienestar y sostenibilidad.
La comparación entre varios indicadores de desarrollo para el caso de la economía española muestra como, en términos generales, a pesar de décadas de crecimiento económico, los beneficios para el bienestar del ciudadano medio han sido más escasos de lo que podría parecer. Sobre esta base, se discuten los usos y limitaciones del ISEW, junto con los avances recientes en la medición y comprensión del progreso, el bienestar y la sostenibilidad.
Recordemos como el principal indicador del crecimiento a lo largo del siglo XX fue el Producto Interior Bruto (PIB). Simón Kuznets desarrolló en los lejanos años 30 el PIB como aproximación de la producción económica y medida de los ingresos nacionales, pero alertó sobre sus limitaciones para medir el bienestar.
A pesar de ello, el PIB ha sido la piedra angular de las políticas monetaria y fiscal, y de los objetivos de desarrollo económico y social a escala internacional durante todo el siglo XX. El economista ecologista Herman Daly desarrolló una analogía muy interesante para mostrar los retos económicos que habían ido apareciendo por el camino con su idea del “mundo vacío” lleno de economías mundiales, (Daly, 1991) describiendo como las asunciones fundamentales de la doctrina neoclásica se hicieron en un mundo relativamente “vacío”.
Este mundo vacío era una economía global mucho más pequeña, con barreras de entrada relativamente bajas para el planeta, entendidas como la tasa asociada de consumo de recursos y producción de desechos. Daly argumentó que la carrera por un crecimiento económico se realizó sobre aquel supuesto, y la humanidad se ha comportado como si todavía siguiéramos en aquel mundo vacío. Décadas de crecimiento económico continuado han generado la emergencia de un “mundo lleno” con el metro en hora punta y una huella humana agregada multiplicada, que en la actualidad excede de lejos los límites que puede soportar el planeta tierra.
Los problemas medioambientales globales sistémicos han aparecido por patrones históricos de crecimiento económico crematístico. Los retos del calentamiento global (IPCC, 2018) y el desastre ecológico (IPBES, 2019), han conseguido respaldo político y científico. Y en este contexto, los economistas deben afrontar un gran reto: las implicaciones del desarrollo sostenible como sistema de pensamiento con influencia creciente a escala global.
Verdaderamente, los informes periódicos del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climatico (IPCC), generados por expertos globales y revisados por los diferentes gobiernos, han mostrado los “límites de la economía a la hora de asesorar sobre el crecimiento” (Kolstad et al., 2014).
El ‘Fifth Assessment Report’ mostró como el bienestar económico agregado es solo uno de los criterios a tener en cuenta en las mediciones macroeconómicas. En la búsqueda de entender mejor lo que supone el “bienestar”, conviene tener en cuenta las desigualdades sociales, aspecto problemático dentro de las economías (IPSP, 2018).
Algunos economistas como Joseph Stiglitz han mostrado como el denominadao “goteo económico” (trickle-down economics) no funciona (UNDP, 2003). Los beneficios de la modernidad no compartidos o compartidos de forma insuficiente generan costes (y externalidades) crecientes.
Como respuesta al reto medioambiental, se ha acelerado la búsqueda de indicadores de bienestar y sostenibilidad; pero este reto no es nuevo. Hace 130 años, Alfred Marshall reconoció estos límites a la hora de describir el bienestar y la conducta ciudadana a partir de los ingresos. En su libro Principles of Economics (Marshall, 1890) el pionero economista neoclásico reclamaba un campo más abierto para medir el crecimiento económico -no solo crecimiento, sino también bienestar-. Marshall recomendó que los economistas comenzaran estudiando lo más sencillo de medir: el bienestar material, en un intento de simplificar la medición del bienestar mediante el análisis cuantitativo.
El modelo de crecimiento de las economías más ricas a lo largo de las últimas décadas, ha sido “ecológicamente insostenible y existencialmente indeseable”. Esta conclusión, ha sido ampliamente desarrollada en la economía de la sostenibilidad. Por ejemplo, uno de los economistas innovadores más famosos, Manfred Max-Neef, el ‘economista descalzo’, desarrolló la denominada “hipótesis del umbral”. Esta hipótesis mostraba como cuando los sistemas macroeconómicos se expanden más allá de un cierto tamaño, los beneficios adicionales de crecimiento se ven excedidos por los costes asociados (Max-Neef, 1995), y desarrolló un índice de bienestar que permitiera un análisis coste-beneficio para comparar patrones de crecimiento entre diferentes economías.
Existen diferentes enfoques sobre la evolución de la comprensión del bienestar incluyendo la sostenibilidad: el desarrollo de cuentas nacionales satélite con indicadores medioambientales se usa como complemento de los sistemas nacionales de contabilidad (SNA) de la actividad económica; con cuadros de mando integral de diferentes indicadores con importancia política, así como indicadores compuestos, que a veces se denominan PIB ajustado (Stiglitz et al., 2009). Estos indicadores composite se desarrollan a partir de datos del consumo en los hogares, en lugar de con el PIB.
Otro indicador relevante es el denominado Medida del Bienestar Económico (MEW) creado por los economistas de Yale Nordhaus and Tobin (Nordhaus & Tobin, 1973), y supuso un gran avance en la búsqueda de la cuantificación de un PIB ajustado. El MEW comenzó a medirse a partir del output nacional, mediante una serie de ajustes, añadiendo el valor del tiempo libre y el trabajo sin remunerar, y restando el valor del daño medioambiental. Este enfoque se desarrolló por Daly and Cobb (1989), como Indice de Bienestar Económico Sostenible (ISEW), muy vinculado al denominado Indicador Genuino de Progreso” o GPI (Redefining Progress, 1995).
Por definición, los estudios del ISEW tratan de establecer patrones de crecimiento a largo plazo, como apoyo histórico fundamental para conseguir unas conclusiones robustas sobre los resultados sociales del desarrollo.
También es relevante el Indice de Crecimiento y Desarrollo Sostenible, (ICDS) estimado para EE.UU por Daly and Cobb (1989). Mas tarde, se realizaron otros índices similares: Indicador de progreso genuino o GPI (Redefining Progress, 1995), o el Indice de Beneficio Neto Sostenible (SNBI) (Lawn & Sanders, 1999). ‘ISEW’ y ‘GPI’ a veces se usan de forma indiscriminada (Kubiszweski et al., 2013).
Los GPI y SNBI fueron, esencialmente, una redenominación del ISEW, y las diferencias entre estos índices se ven reflejadas por la disponibilidad de los datos y las preferencias de los investigadores por un método especifico de valoración (Lawn, 2003).
El ISEW es una medida agregada del bienestar, compuesta de valores económicos que integran medidas macroeconómicas de consumo con un ajuste por la desigualdad de los ingresos y valoraciones del impacto social o el daño medioambiental, calidad medioambiental, y otros aspectos beneficiosos para el bienestar.
Este índice permite extraer numerosos costes sociales y medioambientales derivados del crecimiento, en la forma de gastos privados defensivos, degradación medioambiental, y el agotamiento de los recursos naturales.
Estos peajes pueden incluir degradación medioambiental (coste de la polución). Los costes a largo plazo incluyen aquellos derivados del cambio climático o el agotamiento de los recursos naturales, midiéndose estos últimos como el consumo de recursos no renovables, combustibles fósiles (carbón, petróleo o gas).
A partir del modelo teórico ISEW se han desarrollado varias corrientes de pensamiento. Por ejemplo, el economista ecologista australiano, Philip Lawn que desarrolló la base teórica para modelizar el denominado ISEW/ GPI a partir del concepto de Fisher de “ingresos físicos” (Fisher, 1906). Tomando como punto de partida los ingresos nacionales, Fisher propuso dos tesis centrales, la primera de ellas, similar a la de otros economistas se refería a la “satisfacción de la utilidad” concluyendo que son los servicios destinados a los consumidores de bienes, siendo el total de bienes producidos con carácter anual.
En segundo lugar, Fisher concluyó que hay costes que se pierden en el proceso económico, y que el “gasto físico” necesita factorizarse a junto a los ingresos físicos permitiendo la estimación de los “ingresos físicos netos”.
Continúa habiendo voces críticas en el estudio del bienestar económico (Fleurbaey, 2015), debido al dominio continuado de recursos y dinero. Los retos son numerosos, desde la construcción de valoraciones económicas útiles para el análisis hasta preguntas más profundas, como por ejemplo ¿Qué es lo que queremos medir? ¿Para qué? o ¿Que valoraciones subyacen en dicho modelo? Y a partir de estas reflexiones se han desarrollado otros indicadores sensibles con el medio ambiente.
-La Satisfacción Vital: Es un indicador psicológico subjetivo que mide la satisfacción media de los individuos con la vida en general.
-El Índice de desarrollo humano: El índice de desarrollo humano es un indicador compuesto calculado a partir de los ingresos per cápita, la esperanza de vida, y el nivel de educación media. Su cálculo se desarrolló dentro de los Programas de Desarrollo en Naciones Unidas (UNDP) para medir el desarrollo incorporando aspectos sociales y económicos en el progreso.
-El Coeficiente de Gini: El coeficiente de Gini es una medida de desigualdad en los ingresos. Cuando su resultado es cero es que hay igualdad, cuando su resultado es 1 es que hay máxima desigualdad.
Algunas voces críticas recuerdan como el ISEW sigue sin medir el grado de sostenibilidad del crecimiento, simplemente repercutiendo sus costes (Stiglitz et al., 2009).
Incluso aunque la huella ecológica sea útil, subsisten los límites para incluir la sostenibilidad con un solo indicador. Un análisis más pormenorizado requiere del uso de cuadros de mando integral de indicadores multidimensionales, y debe formar parte de una discusión política pública en torno al desarrollo sostenible que cada economía quiera conseguir.
Las tendencias actualizadas en los indicadores de progreso analizados a lo largo de este articulo no son inconsistentes con la conclusión sobre las bondades del indicador ISEW.
Un reto más complejo y profundo es reconocer que los ingresos y el consumo son indicadores limitados para medir el bienestar social. Hay un debate emergente en las diferentes economías sobre las diferentes variedades de bienestar humano, que sugiere las limitaciones de este enfoque (O’Mahony & Luukkanen, 2020).
La investigación descrita aquí es un esfuerzo por impulsar el uso y evaluación de los indicadores de sostenibilidad; a pesar de ello, la investigación también supone restricciones. Por ejemplo, parece prudente estudiar más factores que podrían impactar sobre los indicadores de sostenibilidad, por ejemplo, innovación, difusión de tecnología o procesos, investigación y desarrollo,..
De cualquier modo, es importante destacar que no hay ningún indicador que pueda ser objetivo o “apolítico”. Todos los indicadores suponen un poso filosófico, y son el resultado de una fuerte influencia del pensamiento y del sentir de los ciudadanos entendido por su percepción del mundo, así como de sus prioridades, valores y definición de progreso. Es cierto que “lo que se mide se gestiona”, y por tanto, es crucial reconocer esta perspectiva. Reconsiderando esta filosofía, los objetivos, y la audiencia de los indicadores, está claro que es un ejercicio crucial analizar la sostenibilidad más allá del mero crecimiento económico, y este es el principal reto del s.XXI.
Durante la revolución industrial, en siglos previos, tiempo de grandes cambios, grandes pensadores como Marshall, Fisher, Smith y Marx, sembraron las semillas del pensamiento económico, ayudándonos a entender el mundo.
De forma similar, en la época actual, con grandes cambios, le ha llegado el turno también a la economía y nuestra forma de entender el mundo.
El cambio de chip es inevitable y necesario para generar un futuro colectivo respetuoso con la naturaleza que nos arropa, y de la que dependemos para subsistir.
Isabel Giménez Zuriaga
Directora General
Fundación de Estudios Bursátiles y Financieros.
Publicado en: Boletin 319- Diciembre