De hoy a mañana

Vicente L. Navarro de Luján – Rector Honorario de la Universidad CEU-Cardenal Herrera

Publicado en Las Provincias – el 19-10-24

 

Transcurridas ya varias semanas desde el día en que Valencia sufrió una de las peores catástrofes de su historia, en mi mente afloran varias reflexiones. La primera se refiere a lol que de inefable se da en la vida humana, cuyo transcurso es una sucesión de vivencias positivas y negativas, gratas y desgraciadas, cuyo devenir no se puede predecir, como son los fenómenos naturales adversos que de vez en cuando se producen, de los que nuestra tierra, en cuanto a desastres producidos por el agua, tiene una larga memoria histórica, pero si bien es cierto lo impredecible de ello, también los seres humanos estamos dotados de capacidad de previsión y hemos de actuar en consecuencia. De hecho, en otras latitudes que se ven afectadas con frecuencia con las amenazas de terremotos o huracanes, sus habitantes y autoridades han generado normas de comportamiento que, aunque no los eviten, aminoran sus consecuencias. A propósito de las inundaciones sufridas hemos ido sabiendo que varias obras hidrológicas programadas hace décadas no han sido ejecutadas, bien por razones de valoración coste beneficio o por imperativos de un fanático ecologismo que determina en muchas ocasiones la agenda de los políticos, como es el caso de las actuaciones no llevadas a cabo en la zona ahora desbordada o del proyecto de presa en Vilamarxant, de cuya ejecución dependía que Valencia no se volviera a inundar si se volvían a dar las condiciones de la riada de 1957, según me reiteraba desde hace años un técnico amigo, ya fallecido. No se ha hecho.

La segunda reflexión se dirige a valorar la reacción espontánea de cientos y miles de personas anónimas que desde el primer momento se aprestaron a trabajar en las zonas afectadas y ayudar a sus habitantes, comportamiento que, por encima de la visión antropológica que a veces tenemos sobre el mundo que nos rodea, nos habla de la capacidad de generosidad, solidaridad y entrega de una población dispuesta a echar una mano cuando la grave situación lo requiere, empezando por esos numerosos grupos de jóvenes que han estado presentes voluntariamente en el lugar de los hechos, mostrando una riqueza de espíritu que derrumba bastantes prejuicios sobre nuestra juventud. Pero, eso no basta, porque, como es natural, tras la reacción emotiva y diligente después del primer impacto, cada cual tendrá que retornar a su faena, a sus estudios, a su vida cotidiana y poco a poco la afluencia de esta ayuda será menor, además de que, como ha ocurrido en otras catástrofes, el paso del tiempo puede provocar un olvido paulatino, de modo que todo vaya quedando en un mal recuerdo, cuando lo que hemos vivido no sólo se soluciona con las encomiables reacciones en caliente, sino que los daños de toda índole llevará mucho tiempo restañarlos, sin contar con la irrecuperable pérdida de vidas humanas. En todo caso, de la reacción solidaria de nuestros convecinos y de muchas personas e instituciones de toda España, y de la ímproba tarea de los cuerpos y fuerzas de seguridad, nos hemos de sentir profundamente orgullosos.

Mi tercera reflexión alude a quienes tienen responsabilidades políticas y de gestión pública, de quienes lo que menos espero es que se enzarcen en una batalla política acerca de posibles responsabilidades de toda índole, que ya en su día se ventilarán en ámbitos parlamentarios o judiciales, obviando que lo preciso ahora es una rápida y eficaz gestión de reparación de las pérdidas sufridas, cosa que afecta a todas las administraciones públicas sean nacionales, autonómicas o locales, que han de actuar sin demora, aunque las noticias que nos llegan del flujo de ayudas no nos mueve precisamente al optimismo, (¡maldita burocracia e intereses políticos!). Pero también conviene prever el futuro y poner en marcha las obras y medidas que puedan disminuir en el día de mañana otros episodios similares que seguramente se producirán, porque así lo dice nuestra historia y geografía, del mismo modo que la solución sur dada al Río Turia en Valencia en su día, salvó ahora a la ciudad de un desastre seguro. Ya no hay excusa para no acometer las obras necesarias, porque así lo exige el bien común y la memoria de las víctimas.

Mi última reflexión en estas líneas es de esperanza, porque nuestro pueblo ha vivido momentos tan duros y nefastos como éste al que aludo en el pasado, y ha sabido sobreponerse con trabajo y esfuerzo, como acredita la férrea voluntad de quienes en estos días vuelven a abrir la puerta de su negocio damnificado, los profesores que de nuevo acogen a sus alumnos, y de todos los que retornan a recorrer el cotidiano camino hacia su trabajo o dedicación, sin poder borrar de sus mentes lo vivido. Desde este hoy, todavía oscuro y dolido, hemos de reconstruir entre todos un mañana lleno de vida.

En el conocido Poema de Mío Cid podemos leer “!Dios, qué buen vassallo! ¡si oviesse buen señor!” Parafraseando esta obra clásica podríamos decir ahora: ¡Qué grandes pueblos el español y el valenciano, si cuenta con buenos gobernantes!

Suscríbete
a nuestro Boletín

Marcando la casilla Usted consiente el envío de comunicaciones promocionales por parte de FEBF, con la finalidad de informarle sobre actividades, eventos y cursos formativos que organiza la FEBF, a través de correo ordinario y medios electrónicos (SMS y Correo electrónico). De conformidad con lo dispuesto en el artículo 21 de la Ley 34/2002, de 11 de julio, de Servicios de la Sociedad de la Información, podrá oponerse en cualquier momento a la recepción de las citadas comunicaciones comerciales a través de medios electrónicos, mediante la remisión de un email a tal efecto, a la siguiente dirección de correo electrónico formacion@febf.org