Incluso en un mundo con baja inflación, los banqueros centrales no deben dormirse en los laureles. El Banco Internacional de Pagos (BIS), denominado “el banquero de los bancos centrales”, esquivando la autocomplaciente corriente institucional, alertaba en su edición de junio sobre las similitudes entre la situación económica actual y la de finales de los años 60 y principios de los 70, justo antes de que la inflación se despertara.
Como ahora, era un periodo en el que los tipos de interés, tanto de corto como de largo plazo, eran bajos en términos reales, mientras el crédito se expandía rápidamente. Las sucesivas bajadas de tipos en los Estados Unidos han visto amortiguados por la caída de la rentabilidad de los bonos, y los tipos de interés a largo muestran un nerviosismo inusual.
Otra similitud con la edad de los Beatles es la de que la política monetaria de EE.UU es muy permisiva, exportando su laxitud a la coyuntura internacional, gracias a la globalización.
Igual que en los 60, algunos tipos de cambio permanecen muy alejados de sus referencias. Por aquel entonces Bretton Woods forzó al resto de países a mantener fuertes sus monedas, contra un dólar en baja forma. Desde hace dos años, China y otros países asiáticos han acumulado reservas en dólares, y una política monetaria más permisiva de lo razonable, para prevenir apreciaciones en sus monedas. Como resultado, la liquidez global ha crecido hasta niveles cercanos a los de principios de los 70.
Por si fuera poco, la economía ofrece otros deja vu, la subida de los precios del petróleo y otras materias primas y los déficit públicos.
El BIS descarta que vuelva a dispararse de la inflación argumentando que entonces, los precios se dispararon por torpeza de los policymakers. Ahora ya sabemos que la inflación dificulta el crecimiento. Además de ello, los bancos centrales se han independizado de los gobiernos, y tienen claro que su prioridad es la estabilidad de precios, manteniendo contra las cuerdas también a las expectativas de inflación.
Pero no todo es un panorama vintage, las principales diferencias con respecto a la época del mini y el martini son: que las economías desarrolladas son mucho menos dependientes del petróleo; las presiones salariales han disminuido por la globalización y la deslocalización; la desregulación, las nuevas tecnologías y la incorporación de China han favorecido la reducción de precios en numerosas mercancías, facilitando que los bancos centrales mantenga la inflación a raya, reduciendo nuestra sensibilidad ante subidas de las materias primas.
Aunque el BIS no vea el fantasma de la inflación cercano, el espejo nos ofrece nuevas cautelas:
– Rápido crecimiento de la deuda y precios de los activos. Irónicamente, en parte debido a las políticas antiinflacionistas de los bancos centrales. Con la inflación controlada (por los factores exógenos antes citados) los bancos centrales no han necesitado subir los tipos de interés.
– Liberalización de los sistemas financieros, facilitando los préstamos durante los auges. La combinación de dinero barato y un sistema liberalizado explica porqué ha habido tantos máximos y mínimos en el crédito y precio de los activos en la coyuntura reciente.
– Precios de vivienda en máximos “vulnerables a caidas y correciones” en numerosos países, y la enorme cantidad de hipotecas, tarde o temprano esto podría causar una crisis económico financiera global.
El BIS argumenta que Estados Unidos necesita elevar más los tipos de interés, para restringir la toma de riesgos de empresas y particulares. Con la deuda y la vivienda en máximos, esto afectaría al consumo privado, pero evitaría un ajuste posterior, de consecuencias todavía más graves.
Mirando hacia delante, el BIS aconseja a los gobiernos ampliar su perspectiva para prevenir futuros desequilibrios. Prevenir la inflación no es suficiente: los Bancos Centrales, además, deben tener en cuenta el incremento de la deuda, o la subida de precios en otros activos. Los tipos de interés deberían subir para frenar un crecimiento excesivo del crédito, incluso aunque la inflación permaneciera a raya.
Las políticas regulatorias podrían verse también ajustadas, independientemente del ciclo. Los banqueros se animarían a crear demasiado dinero durante la expansión, ayudando a controlar la avidez crediticia, y además, se reduciría el capital en circulación para épocas menos boyantes, cubriendo la economía ante posibles restricciones de crédito. Durante un boom inmobiliario, los prestamistas tenderían a reducir el importe de los préstamos, aplicando un % sobre el precio de compra de las viviendas, o mediante un acortamiento de los periodos de repago (situación opuesta a la actual).
La Reserva Federal ha ignorado los avisos del BIS durante muchos años, insistiendo en que la tarea principal de un banco central es controlar la inflación. El riesgo es que esta perspectiva suponga tratar los síntomas en lugar de la enfermedad. De ser así, podríamos estar esquivando iceberg para caer en un precipicio mucho mayor.
Alan Greenspan afirma que las coordenadas han cambiado, y la globalización hace obsolescentes los manuales de economía ortodoxa (subida de tipo con pesimismo en el mercado de bonos). Por su parte, Warren Buffet sostiene que históricamente, el camino por el que va la economía norteamericana (baja tasa de ahorro, déficit publico, tipos de interés al alza y precio bajo de los bonos) ha sido descrito como peligroso por la gente más inteligente.
En el primer trimestre de 2005, la economía norteamericana ha crecido un 3,8%, dato esperanzador, pero ¿hasta cuando podremos seguir pensionado las cuerdas?. La solución al “conundrum” de curva invertida la tiene China, con sus 700.000 millones de dólares en deuda. Sigamos sus pasos y sabremos hasta donde puede dar de sí el ciclo, con un crecimiento asentado en pilares tan frágiles como el déficit público o una esquelética tasa de ahorro privado.