02 de diciembre de 2024
Bajo la administración Trump, se espera que las políticas energéticas experimenten cambios significativos, con un claro énfasis en los combustibles fósiles y la producción nacional de energía. El presidente Trump ha declarado en repetidas ocasiones su intención de dar prioridad al petróleo y al gas, con eslóganes como «drill, baby, drill» (perfora, perfora, perfora) convirtiéndose en un elemento central de su campaña y de su marco político. Es probable que su administración se centre en reducir las barreras regulatorias para la exploración de petróleo y gas, fomentar la expansión de las exportaciones de gas natural licuado (GNL) y revisar las restricciones medioambientales para estimular los mercados energéticos nacionales. Con estas medidas se pretende reducir los costes de la energía, apoyar el crecimiento económico y hacer frente a las presiones inflacionistas. Sin embargo, este cambio puede producirse a expensas de las iniciativas en materia de energías renovables y de los compromisos climáticos mundiales.
El planteamiento de Trump sobre la independencia energética, a menudo citado como objetivo durante su anterior mandato, ha sido en cierto modo malinterpretado. Aunque él pregonaba la independencia energética de Estados Unidos, la realidad es que el país seguía importando petróleo y gas, incluso bajo su administración. Esta dependencia se debe a factores como la configuración de las refinerías, la eficiencia económica y consideraciones logísticas. Aunque Estados Unidos posee vastas reservas de carbón, gas natural y petróleo de esquisto, no es líder en todas las categorías de recursos. Países como Venezuela y Arabia Saudí superan a Estados Unidos en reservas de petróleo convencional, y Rusia posee mayores reservas de gas natural. Además, el dominio de las energías renovables está liderado por naciones como China y Brasil, que superan a Estados Unidos en capacidad solar, eólica e hidroeléctrica. Estos matices ponen de relieve la complejidad de lograr una verdadera independencia energética al tiempo que se equilibran las prioridades económicas y medioambientales.
Tres medidas inmediatas esbozadas en la agenda de Trump podrían remodelar drásticamente el panorama energético. En primer lugar, un impulso agresivo al aumento de la producción de petróleo y gas mediante la flexibilización de los permisos federales de perforación y la ampliación de las exportaciones de GNL tendría como objetivo convertir la energía estadounidense en la más barata entre las naciones industrializadas. En segundo lugar, Trump ha sugerido aprovechar la ayuda militar estadounidense para mediar en la resolución de la guerra entre Rusia y Ucrania, lo que podría estabilizar los mercados energéticos. En tercer lugar, su administración podría apoyar acciones decisivas de Israel contra las ambiciones nucleares de Irán, reduciendo potencialmente los riesgos geopolíticos en Oriente Medio y limitando la influencia de China en la región. Estas estrategias pretenden consolidar la posición de Estados Unidos como actor energético dominante, al tiempo que abordan preocupaciones geopolíticas más amplias.
En los sectores del petróleo y el GNL, las políticas de Trump podrían provocar un resurgimiento. Sus promesas de poner fin a las moratorias sobre las licencias de exportación de GNL y promover la perforación nacional podrían atraer importantes inversiones en infraestructuras energéticas. Sin embargo, esta expansión se enfrenta a desafíos, como las tensiones geopolíticas, los posibles aranceles de represalia sobre el GNL estadounidense y el retraso en los plazos para los nuevos permisos, que podrían no materializarse hasta mediados de 2025. A nivel nacional, el aumento de la producción de energía podría hacer bajar los precios, pero también podría crear desequilibrios en el mercado, sobre todo si las políticas centradas en la exportación elevan los precios del gas nacional.
Las energías renovables, que florecieron bajo la administración Biden gracias a iniciativas como la Ley de Reducción de la Inflación (IRA), podrían sufrir reveses. Aunque es poco probable que Trump derogue por completo la IRA, los incentivos fiscales para las energías limpias podrían reducirse, lo que frenaría el crecimiento de los proyectos eólicos, solares y de almacenamiento de energía. Además, los posibles aranceles de Trump a las importaciones de equipos de energías renovables podrían aumentar los costes para los consumidores y desalentar la inversión en el sector. La derogación de las normas de emisiones para las centrales térmicas también podría aumentar la demanda de carbón y gas natural, obstaculizando aún más los esfuerzos de descarbonización y debilitando la posición de Estados Unidos en el mercado mundial de tecnología verde.
La influencia de Elon Musk, uno de los principales defensores de la energía sostenible, añade una dinámica intrigante. Aunque Musk se ha alineado con Trump en ciertas cuestiones, su defensa de las energías renovables y los vehículos eléctricos podría chocar con las políticas de Trump centradas en los combustibles fósiles. Musk ha subrayado anteriormente la importancia de soluciones climáticas graduales para evitar trastornos económicos, una postura que podría moderar algunas de las estrategias energéticas más agresivas de Trump. Sin embargo, la influencia de Musk sigue siendo incierta, sobre todo teniendo en cuenta sus desacuerdos pasados con Trump sobre la política climática, que le llevaron a retirarse de los consejos asesores presidenciales durante el primer mandato de Trump.
El precio del petróleo, aunque influido por las políticas de Trump, depende en última instancia de factores globales más amplios, como la dinámica de la oferta y la demanda, las decisiones de la OPEP+, los acontecimientos geopolíticos y las fluctuaciones monetarias. Por ejemplo, el debilitamiento del crecimiento económico chino debido a las barreras arancelarias podría afectar al consumo mundial de petróleo, dado que China es el mayor consumidor de crudo. Además, las catástrofes naturales, los patrones meteorológicos y la capacidad operativa de las rutas marítimas influyen en la determinación de los precios del petróleo. Las políticas de Trump pueden afectar indirectamente a estas variables al remodelar la producción de energía y el panorama comercial de Estados Unidos, pero es poco probable que sean los únicos determinantes de los precios mundiales de la energía.
En conclusión, la estrategia energética de la administración Trump está preparada para dar prioridad a los combustibles fósiles tradicionales frente a las energías renovables, con posibles consecuencias para los mercados nacionales y mundiales. Aunque el aumento de la producción de petróleo y gas podría reducir los costes energéticos y apoyar el crecimiento económico, estas políticas corren el riesgo de ralentizar la transición a fuentes de energía sostenibles y exacerbar las preocupaciones medioambientales. El impacto de la Administración sobre los precios del petróleo vendrá determinado por una combinación de medidas nacionales y factores mundiales, lo que convierte al sector energético en un ámbito complejo y polifacético. El papel de figuras como Elon Musk puede influir en el enfoque de Trump sobre la energía, pero aún está por ver el alcance de su impacto. En general, el regreso de Trump a la Casa Blanca señala un cambio significativo en la política energética estadounidense, con implicaciones de gran alcance para la economía, el medio ambiente y la dinámica energética mundial.
John Plassard
Especialista en Inversiones en Mirabaud Group