En estos tiempos que corren, quien más quien menos habla con soltura de la Bolsa, de los dividendos, de Alan Greenspan y su discurso en la última reunión de la Reserva Federal (Fed), o del futuro recorte de los tipos de interés del Banco Central Europeo y su influencia sobre nuestra hipoteca.
La cultura financiera avanza a pasos de gigante, y casi todos los ciudadanos son conscientes de la importancia del vocabulario financiero aplicable a cada uno, en función de la capacidad adquisitiva de los respectivos bolsillos. Y digo casi todos porque todavía existen Presidentes despistadillos, que confunden en una rueda de prensa el término deflación con devaluación, sembrando el pánico bursátil entre propios y extraños.
Por mucho que avance y se propague como la mancha de aceite la cultura financiera, todavía quedan yermos por conquistar y focos resistentes al aprendizaje de las finanzas. Focos a los que hay que abatir con la insistencia pacífica de aquel que demuestre la utilidad práctica de tales enseñanzas.
Este tipo de gazapos se muestran especialmente dañinos por tratarse de una economía -la norteamericana- cuya representatividad es hegemónica a nivel mundial. Ahora bien, el desmesurado alcance de éste (sus repercusiones bursátiles) le confieren un carácter de fenómeno sociológico -eminentemente contemporáneo- por el sobredimensionamiento de la economía financiera sobre la economía real, circunstancia de la que somos testigos a diario. El espectáculo está servido en los mercados, y su extrema sensibilidad ante cualquier incertidumbre, justificada o no, lleva de la euforia al pánico en un simple golpe de abanico.
Sean fruto de una bendición, embrujo maldito, objeto de crítica o vilipendiados; por encima de su idiosincrasia, los mercados financieros ejercen numerosas funciones beneficiosas sobre cualquier economía, generando inversión y riqueza. Funciones cuyo alcance excede a la importancia de nuestro veredicto acerca de alguna de sus características identificatorias, como pueda ser su excesiva vulnerabilidad ante la aparición de rumores de noticias, o informaciones erróneas.
Por el contrario, es un hecho contrastado que la precisión de las técnicas de análisis y predicción de los mercados financieros ha mejorado sensiblemente, a partir de la caída en el precio de los equipos informáticos y el desarrollo exponencial de las posibilidades ofrecidas desde las aplicaciones que han ido comercializándose. Los intermediarios bursátiles han descubierto, mediante la combinación de la informática y las matemáticas, un nuevo universo sobre el que desplegar su materia gris. Pero los agentes intervinientes en el sector bursátil y financiero continúan siendo humanos. El hecho de que los inversores institucionales (intermediarios) y los inversores particulares, todos ellos participantes en las compras y ventas de los mercados financieros, alimenten las esperanzas de que su conducta sea, puntualmente, irracional o impredecible, o incluso, ¿por qué no?, que cometan fallos, manteniendo el futuro como futuro, es decir, como escenario confluyente de la pericia y el azar.
Argumentaciones econométricas -hechas desde la rama de la ciencia económica que elabora complejos y sofisticados modelos de predicción estadística aplicables a los mercados financieros- han llegado a obtener elevados porcentajes de certeza, pero continúan teniendo un factor de riesgo residual, riesgo al fin y al cabo. En cualquier caso, la mayoría de los gestores institucionales utiliza válidos, variados y contrastados sistemas de análisis, a efectos de que dicho riesgo quede minimizado, pero cualquier pequeño inversor se dará cuenta de la servidumbre que suponen a un patrón prefijado, a un modelo que no tiene que repetirse.
Sin embargo, causa tristeza pensar que la endemia principal de los mercados financieros, su vulnerabilidad pasajera ante fenómenos distorsionadores como el gazapo presidencial, continúe, gracias al desarrollo de los medios de comunicación y a la sociedad digital, más vigente que nunca. Vivimos y somos a menudo imágenes, y ante éstas (que no, los hechos) reaccionamos y actuamos.
En el mundo anglosajón ya no se habla de globalización, entendida como tendencia futura, sino de globalidad, comprendida como realidad consumada, razón por la que al entrar en un mercado financiero, accedemos al mercado financiero mundial, y como no dominamos ni de lejos los futuros movimientos del resto de participantes, actuaremos en función de modelos de predicción, del sentido común, o de manera aleatoria.
Esta diversidad de estrategias aportará al mercado el ADN de su naturaleza, las raíces de su atractivo. En función de cómo construyamos nuestra estrategia, podremos hablar de un menor o mayor grado de fortaleza relativa con respecto a otros inversores participantes. La precariedad y la improvisación no son buenas compañeras de viaje.
El gazapo referido con anterioridad nos muestra como las fuentes externas, además de contrastarse, siempre son externas. Nuestro propio conocimiento, unido a las herramientas tecnológicas y de análisis, y al dominio de la terminología financiera nos ayudará a caminar con firmeza, sabiendo que no somos infalibles, pero sí evitando los errores de bulto del principiante bursátil. De este modo, evitaremos dar palos de ciego y utilizar al gestor de chivo expiatorio. El gestor poco diligente no tiene por qué ser, además, malintencionado, quizás cree que su gestión pasa desapercibida, o vive de rentas porque se cree invisible. A menudo, como en la vida, dicho gestor será tanto más eficaz cuanto más de cerca se le supervise, control que implica, necesariamente, de un diálogo fluido, y de una filosofía y cultura de riesgo compartida y coherente.
Con mayor frecuencia de la que sería deseable, en las inversiones sale perdiendo la estrategia de largo plazo por los factores distorsionantes, la incomunicación o los roces ocasionados por la letra pequeña (comisiones puntuales). La cultura financiera compartida sí que da resultados. Démosle un voto de confianza.
Isabel Giménez Zuriaga
Directora General
Fundación de Estudios Bursátiles y Financieros
igimenez@febf.org
a Peseta como medio de pago, y de todas las monedas na