En buenas manos

Cuando un inversor se enfrenta al reto de decidir qué hacer con su capital disponible con el fin de sacarle algo de rentabilidad, se encuentra con una amplia variedad de productos, muchos de ellos especialmente sofisticados. En la mayor parte de los casos, este potencial inversor debe enfrentarse a ellos en condiciones de formación e información inadecuados para el nivel de exigencias de los mercados y activos financieros.

Pero antes de adentrarse en el mundo financiero, es imprescindible y necesario conocerse a si mismo para tomar decisiones de inversión adecuadas al perfil de riesgo de cada uno. Generalmente se definen tres tipos de carteras estándar para cada perfil de inversión: cartera conservadora, cartera moderada y cartera agresiva, por supuesto, cada una, adaptada a las características que definen a cada inversor.

Una vez se ha identificado su perfil, una posible alternativa es acudir a expertos en la materia, ya que no es fácil asimilar la avalancha de información que se genera en los mercados, cada vez más amplia y actualizada, complicando el proceso de toma de decisiones.

El trabajo de estos especialistas consiste en seleccionar los activos adecuados al perfil de cada inversor, basándose en el binomio rentabilidad – riesgo, con el fin de maximizar la rentabilidad con el mínimo riesgo posible.

El analista no puede garantizar una rentabilidad, sin embargo, a través de un análisis fundamental, estimará una rentabilidad esperada. De esta forma el precio objetivo del activo lo determinará el método de valoración, que a su juicio, sea el más apropiado. Existen diferentes métodos de valoración, como por ejemplo: descuento de flujos de caja, Price Earning Ratio (PER), Valor contable ajustado… Es importante conocer las hipótesis y principios de cada uno de ellos, para valorar si realmente sus resultados son óptimos.

Uno de los más usados es el Descuento de Flujos de Caja, que consiste en actualizar los flujos de caja futuros esperados a una tasa de descuento. En ésta se incluye la rentabilidad del activo libre de riesgo más la prima mínima exigida por el inversor, determinado así el beneficio esperado del activo.

En el mercado de valores, el riesgo está generalmente asociado con la posibilidad de que la rentabilidad efectiva sea menor que la esperada. Se pueden diferenciar dos tipos de riesgo: el riesgo no sistemático y el sistemático o de mercado. El riesgo no sistemático es aquel que depende de los factores internos de la empresa, pero según estudios empíricos realizados demuestran que éste, se puede eliminar a través de la diversificación de los activos de la cartera. En cambio, el riesgo de mercado no se puede eliminar debido a que depende de variables del entorno macroeconómico y son ajenas la sociedad analizada, aunque si que se puede analizar la sensibilidad de una cartera ante diferentes escenarios posibles.

En definitiva, la rentabilidad de una cartera dependerá de la volatilidad de cada uno de sus componentes ante los cambios en las variables exógenas, como por ejemplo, cambios en los tipos de interés, variaciones en el precio de las materias primas, y en general, los factores macroeconómicos que pueden afectar al crecimiento de la economía, y, por ende, al de las empresas.

En lo que respecta a la diversificación, existen diferentes alternativas para cumplir con éste objetivo. Una de ellas se sustenta en el análisis de correlación de los valores que componen la cartera, así, cuanto menor sea la correlación existente entre los valores, menor será el riesgo de la misma.

La rentabilidad esperada de cada valor considerado individualmente no cambia con la diversificación, lo que varía es el riesgo de todos considerados como una unidad, como una cartera. La diversificación será la adecuada cuando se consiga reducir el riesgo sin penalizar la rentabilidad.

Otras consideraciones que deben tenerse en cuenta a la hora de decidir los activos en los que invertir, sin olvidarnos del perfil del inversor, son:
– el horizonte temporal de la inversión, ya que el inversor debe planificar la evolución de su patrimonio y sus necesidades de liquidez en el tiempo;
– la Liquidez, indicando la flexibilidad de la inversión, es decir la rapidez con la cual el gestor puede deshacer posiciones de la cartera;
– y la Fiscalidad, ya que al medirse la rentabilidad como la ganancia obtenida una vez pagados todos los impuestos, los condicionantes impositivos son muy importantes a la hora de tomar decisiones de inversión; pero sobre todo de desinversión.

En conclusión, el asesoramiento en esta materia ofrece a los inversores las mejores alternativas posibles de inversión, teniendo en cuenta factores clave como la situación inicial (liquidez, inversiones previas, régimen fiscal, aversión al riesgo, etc.) y los objetivos de la misma (horizonte temporal, rentabilidad exigida, plazos, etc.), dada la amplia variedad de productos financieros existentes tanto en el mercado español como en los mercados internacionales. De esta forma, se obtendrá una inversión óptima, atendiendo al perfil y circunstancias particulares de cada persona, buscando el equilibrio entre rentabilidad, liquidez y seguridad.

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