En la eurozona la tasa de inflación descendió hasta el -0,2% en diciembre, dejando un promedio para 2014 en el 0,4%. Pero si se analiza el comportamiento de la inflación desde julio a diciembre de 2014, la subyacente (sin considerar alimentos ni energía) se ha mantenido prácticamente estancada en el 0,7%, por lo que la reducción de la inflación en un -0,6pp ha sido el impacto correspondiente al componente de carburantes.
En economía, una de las herramientas de análisis del comportamiento de la inflación es la Curva de Phillips, desarrollada en 1958 por el economista William Phillips, quien relacionó la tasa de desempleo en el eje de coordenadas, y la tasa de inflación en ordenadas, obteniendo, por tanto, una curva con pendiente negativa, al tiempo que sugiere que una política cuyo objetivo es la estabilidad de precios conlleva desempleo. Así por ejemplo, en el caso de España se puede observar cómo la infrautilización de recursos productivos es aún muy alta respecto a la precrisis, tal y como refleja el alto nivel de paro, lo que condiciona la presión sobre los precios y salarios. Aquellos sectores que pudieron ajustar de manera flexible sus costes y salarios durante la crisis son los que ahora pueden mostrar cierto crecimiento.
A primera vista, puede parecer positivo como consumidor que la inflación no crezca, pero esta posición macroeconómica tiene efectos perniciosos sobre la economía general: la bajada continuada y duradera de los precios afecta a las perspectivas de los consumidores, que ante unos precios más bajos en el futuro dilatan su consumo e inversión en el tiempo, por tanto no consumen. Esta falta de movimiento por los consumidores conlleva que los productos y servicios ofrecidos por las empresas no se vendan, por lo que ante un crecimiento de los stocks se requiere una bajada de precios para darles salida en el mercado, reduciéndose los beneficios empresariales por una parte, pero también la necesidad de mantener los niveles de actividad. Por tanto, comienza un ajuste en las organizaciones empresariales con reducción de plantillas de trabajadores, aumentando la tasa de paro y “cultivando” un descenso mayor en la demanda de productos y servicios futuros.
Por otra parte, tres son los efectos más positivos que tiene una inflación baja. Los trabajadores fijos, independientemente de su sueldo, y los ahorradores, pueden comprar más productos o de mejor calidad, por ejemplo, en el sector inmobiliario. Esto corrige al alza un poco la decreciente demanda de consumos. Asimismo, si los motivos de inflación son internos al país, descenderán las importaciones, al ser más competitivos los nacionales; lo que conllevará un aumento de producción. El tercer efecto hace referencia a la relación existente entre inflación y tipos de interés, ya que ambas se mueven en el mismo sentido. Por tanto, una baja inflación conlleva un bajo tipo de interés, que se traslada a unos menores costes financieros (por ejemplo hipotecas), liberando recursos para consumo.
En definitiva, la inflación cercana a cero no incentiva el crecimiento de la economía y difícilmente es el camino para salir adelante.