Los Aranceles de Trump

John Plassard – Especialista en Inversiones en Mirabaud Group

Mirabaud Valencia: Luis Capilla, Jose González, Sonia Yllera y Sergio Bernal

22 de abril de 2025

En 2018, la administración Trump desencadenó una guerra comercial a gran escala al imponer aranceles a productos chinos por valor de 283.000 millones de dólares. Pekín respondió rápidamente con aranceles del 16% sobre 121.000 millones de dólares de exportaciones estadounidenses. Esta escalada de aranceles perturbó el comercio mundial y desató el dolor económico en todo Estados Unidos. Un estudio conjunto de la Fed de Nueva York y el NBER reveló que los hogares y las empresas estadounidenses se llevaron la peor parte de los aranceles. Las empresas estadounidenses tuvieron que hacer frente a 30.000 millones de dólares en costes añadidos, mientras que los consumidores sufrieron un descenso de 36.000 millones en su poder adquisitivo. En particular, los exportadores chinos no redujeron sus precios para compensar los aranceles, lo que significa que no hubo alivio desde el extranjero.

Los precios al consumo de los bienes seleccionados subieron entre un 10% y un 30%, actuando como un impuesto invisible sobre los estadounidenses. Mientras tanto, los productores nacionales, protegidos de la competencia extranjera, subieron los precios y ampliaron sus márgenes. Como resultado, el índice de precios de producción subió un 1,1% en los sectores afectados. ¿El coste general? La asombrosa cifra de 66.000 millones de dólares en un año, con los contribuyentes aún más agobiados por las subvenciones públicas, especialmente en agricultura. La guerra convirtió una amenaza externa en una herida económica interna.

Los lazos comerciales entre China y Estados Unidos son profundos: en 2018, su comercio bilateral superó los 635.000 millones de dólares. A pesar de las tensiones, China sigue siendo un importante proveedor y también uno de los mayores clientes de Estados Unidos. Pero hasta el 86% de las exportaciones electrónicas de China son producidas por empresas extranjeras -a menudo estadounidenses-, lo que revela una gran interdependencia. Por tanto, los aranceles también perjudican a las filiales estadounidenses que operan en China. Esto convierte al proteccionismo en un arma de doble filo para las empresas estadounidenses.

De cara al futuro, un arancel chino propuesto del 125% supondría un terremoto económico. Según estimaciones de elasticidad no lineal, las exportaciones estadounidenses podrían desplomarse hasta un 90% en determinados sectores. Sólo eso significaría más de 100.000 millones de dólares en ventas perdidas. Los hogares podrían enfrentarse de nuevo a unos 120.000 millones de dólares en costes adicionales, unos 1.000 dólares por hogar y año. A esto hay que añadir unos 200.000 millones de dólares necesarios para reconfigurar urgentemente las cadenas de suministro. En total, el impacto previsto podría alcanzar los 420.000 millones de dólares en tan solo 12 meses.

La elasticidad no lineal significa que, a partir de cierto punto, el daño arancelario se vuelve exponencial. A diferencia de las subidas moderadas, los aranceles extremos no sólo ralentizan el comercio, sino que lo paralizan. Las cadenas de suministro implosionarían y la inflación se dispararía. Para responder, la Reserva Federal podría verse obligada a subir los tipos bruscamente, arriesgándose a una recesión para contener las presiones sobre los precios.

La desescalada de 2019 no fue una victoria, sino una retirada forzada por el pánico del mercado y el riesgo político. Se firmó un acuerdo simbólico de Fase 1, pero China nunca lo cumplió realmente. Las cifras de hoy lo confirman: la guerra comercial no logró reducir el déficit ni cambiar el comportamiento de Pekín. Por el contrario, elevó los precios, redujo la calidad de los productos y erosionó el bienestar económico. El coste de cada puesto de trabajo «salvado» en el sector manufacturero fue de más de 195.000 dólares, cuatro veces el salario medio de un trabajador.

A medida que resurgen las tensiones arancelarias, la lección es clara: repetir esta estrategia sería un costoso error económico. La guerra arancelaria de 2018 fue un fracaso estratégico, político y económico. Esta vez, lo que está en juego es aún mayor, y las consecuencias potencialmente irreversibles.

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